Brasil retuvo el Sudamericano Sub-17. Esta última madrugada, el equipo que dirige Carlos Eduardo Patetuci derrotó a los anfitriones colombianos en la tanda de penaltis tras haber terminado los 90 minutos con 1-1.
De esta forma, se confirmó el doblete de la Seleçao que, en este inicio de 2025, también había retenido el título de campeón Sudamericano Sub-20 en el torneo disputado en Venezuela.
No hay como negar que es un éxito del fútbol formativo brasileño, que coincide con el dominio de los clubes canarinhos en la Copa Libertadores Sub-20, donde el Flamengo ha ganado las últimas dos ediciones (2024 y 2025).
Estos buenos resultados contrastan con la profunda crisis que se ha instaurado en la selección principal, que ha perdido su dominio continental. De pasearse por las eliminatorias sudamericanas de la mano de Tite, ha pasado a ser un actor secundario.
La hegemonía ahora la ejerce con mano de hierro Argentina, vigente campeón mundial, ganadora de las dos últimas ediciones de la Copa América (2021 y 2024) y líder en la fase de clasificación de la Conmebol para el Mundial 2026. En el último superclásico, en marzo en el Monumental de Núñez, le endosó un baile histórico (4-1) a una Seleçao menor, lo que acabó desembocando en la destitución de Dorival Júnior.
Brasil, que ahora apuesta por tener el primer entrenador extranjero de su historia, suma tres seleccionadores desde el Mundial de Qatar, cuando Tite dio por cerrada su etapa de seis años. Lleva unas eliminatorias sudamericanas muy irregulares y el equipo va de capa caída: no encuentra el golpe de pedal y sufre con la falta de liderazgos y una identidad que enganche a la ‘torcida’.
¿Por qué, entonces, ocurre esta dicotomía entre base y fútbol profesional? La primera conclusión es que Brasil no está arrasando en categorías formativas. El año pasado dejó de participar en unos Juegos Olímpicos por primera vez en veinte años. Y en este último Sudamericano Sub-20, en la jornada inaugural, sufrió la mayor derrota de su historia en todas las categorías ante Argentina por 0-6, donde brilló Claudio Echeverri, antes de incorporarse al Manchester City de Pep Guardiola.
Terminó levantando la copa de campeón en un ejercicio de pragmatismo y resultadismo, que ha impregnado todas las categorías de base.
Lo que ocurrió en este torneo en Venezuela explicita el giro protagonizado estos últimos años. La Seleçao no entra para divertirse, para pedirse el balón y crecer a partir de la creatividad como ha hecho toda su historia. Ahora, sus selecciones son rocosas, no tienen ningún rubor en jugar al contragolpe. Lo único que importa es ganar a cualquier costo.
Estos éxitos continentales sirven para que la Confederação Brasileira de Futebol (CBF) saque pecho, pero, a largo plazo, solo aumentan los males futbolísticos del país, en el que la competitividad y el físico pasan por delante del talento.
Los Mundiales Sub-20, en Chile, y Sub-17, en Qatar, servirán para medir la temperatura si esta filosofía sigue rindiendo frutos. Las últimas experiencias brasileñas en estos torneos fueron muy negativas.
En 2023, Brasil cayó en cuartos de final del Mundial Sub-17, en Indonesia, cuando Argentina le infringió un 0-3 con hat-trick del Diablito Echeverri. Y, en ese mismo año, en el Mundial Sub-20 celebrado en Argentina, fue eliminado inesperadamente por Israel en los cuartos de final y fue Uruguay quien se llevó el título.
