¿Qué podría salir mal cuando una persona sienta que es dueña de la verdad en cualquier tema en el que se le pregunte? ¿Por qué es grave que no se cuente con equipos de trabajo especializados que apoyen en los diagnósticos de fondo que se requieren para atender temas de la mayor diversidad y complejidad? ¿Cómo explicar que no haya personas que en el entorno cercano se atrevan a disentir o marcar las consecuencias reales de malas decisiones? ¿Hasta dónde aguantará el país con tantos desatinos? Las reflexiones anteriores son necesarias porque aunque obviamente aplican a nuestro país, tristemente forman parte de una serie de naciones como Rusia, Turquía, Venezuela, Nicaragua, Argentina, Bolivia, Cuba, Venezuela, Colombia y al parecer próximamente nuevamente Brasil (e incluso Estados Unidos), en que el populismo es una real calamidad que hoy nos corroe, engaña al electorado, y genera deterioros reales e incrementales.
En nuestra nación la autoproclamada 4T sigue el guion de estas naciones en forma asombrosamente fiel, sin importar las consecuencias. Y es que tristemente rinde frutos en temas electorales porque se recurre a una narrativa perniciosa y falaz, pero rentable ante sectores de la población que se sienten escuchados, aunque les pase encima la ineptitud con que se lleva a cabo la conducción del país. Y es que hay que ver cómo se comporta el país ante lo que es un dizque gobernar y la realidad adversa aplastante. La primera regla es que los problemas son de otros. El líder no es responsable de ningún problema porque se les debe atribuir a personas en gobiernos previos (sin importar hace cuánto hayan dejado los puestos respectivos). Por ello su tarea es siempre denostar a dichos otros gobernantes, pase lo que pase. Si algo no sucede, la crítica siempre es a otras personas. Viven en otra realidad y con otros datos, un metaverso. Por esa misma razón, el gobierno en turno no requiere dar soluciones. Esto explica por qué no hay una narrativa de la forma en que los problemas reales del país se van a atender en forma objetiva. Es mucho más sencillo lavarse las manos y no tener que dar explicaciones ante la nula capacidad de dar resultados. Y es que lo trágico es que los indicadores solamente muestran retrocesos y dispendio. Todo se reduce a historias y enemigos ficticios. Llama la atención en todo este proceso el que si no querían dar resultados, si no sabían cómo atender los problemas, y no recurrirían a estudios de fondo, entonces uno se pregunta ¿por qué se empecinaron en llegar al poder? La respuesta simple es que su meta era simplemente subir al control gubernamental pero no aportar nada. Y la preocupación evidente es doble: la nula capacidad de dar resultados, y por otro lado la voracidad para conservar el poder sin importar minar la democracia si eso es necesario. Así lo que tenemos es que en un gobierno como el actual en lo general y en el día a día, las autoridades básicamente han decidido abdicar a sus responsabilidades. Entonces se relajan los controles y se pervierte el orden institucional. Aún el monopolio de la violencia se diluye porque todo es “al ahí se va” y a sostener la narrativa ‘adversarial’ pase lo que pase. Por ello, todo su funcionamiento se vuelve inviable porque no hay orden institucional. Y los vacíos se llenan – lo que las autoridades no ejercen las fuerzas delincuenciales lo ocupan. Sumemos la complicidad en dicho reemplazo y el resultado es que el país se deja a la deriva y con un creciente control territorial de la delincuencia organizada, un brazo activo del partido mayoritario para temas económicos, y operación electoral. Por ello se explica que la inmanejable espiral de violencia que hoy se siente en casi todo el país sí es su culpa. Al dejar de ejercer controles, contención, inteligencia, coordinación, entrenamiento e investigación, el territorio nacional se vuelve campo fértil para que la delincuencia controle vastos pedazos de la nación en que lo que prevalece es la desolación y abusos.
La solución a este enorme galimatías y sinrazón, porque no podemos pensar que es un destino inevitable, pasa por la ciudadanía, pero no armándonos. El tema es exigir que haya instituciones fuertes, liderazgos y tareas técnicas probadas, prácticas gubernamentales eficaces, prioridades presupuestales claras, y por sobre todo, una defensa férrea de derechos humanos, empezando por debido proceso y legalidad en todo lo que se haga. Descalificar, polarizar y dividir es justo lo que no queremos. Para que el país aspire a tener un mejor futuro es indispensable cerrar filas. No caer en el juego de la estigmatización es clave. Nada de unos y otros. De ninguna forma somos naciones diferentes. Existen inequidades y grandes problemas que resolver, pero no a base de vernos como bandos contrarios. Unidos los problemas se resuelven. Separados solamente se logran perversos fines electorales de corto plazo. Y tarde que temprano la realidad se impone. Por todo lo anterior sostenemos que renunciar al mandato constitucional es letal. Las autoridades tienen a su cargo tareas que no pueden dejar de lado. El electorado requiere tomar las riendas de la exigencia. A través de un gran pacto ciudadano es factible encaminarnos a un mejor destino. En 2024 con una gran unidad, con un gobierno de coalición, y con una persona seleccionada por la ciudadanía, tendremos un mejor país que unido se sume a un destino digno y muy distinto al desastre actual. Sí se puede. Busquen más sobre estos temas en las redes del Frente Cívico Nacional (www.frentecivico.com.mx). ____________________ Notas del editor: Juan Francisco Torres Landa es miembro del Consejo Directivo de UNE México.
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