El Flamengo va muy en serio en este 2025, en el que se ha propuesto volver a luchar por los grandes títulos tras un bienio decepcionante en el que no ha estado a la altura de su potencial financiero. En la final de la Supercopa do Brasil, que da inicio a la temporada futbolística en el gigante sudamericano, no tuvo piedad de un Botafogo vulgar y sin alma al que derrotó por 1-3. El triunfo le salió muy barato al vigente campeón del Brasileirao y de la Libertadores, porque la goleada podría haber sido de época.
Filipe Luis sumó su segundo título como entrenador, después de haber conquistado en noviembre la Copa do Brasil, lo que le valió continuar en el cargo a pesar de que la oposición ganara un mes después las elecciones presidenciales del club carioca.
Valiente, sin importarle el sofocante calor amazónico en Belém (capital del estado de Pará) y el fuerte temporal, que obligó a paralizar durante una hora y diez minutos la final, el técnico novel puso en práctica una presión alta que asfixió por completo a un Botafogo empequeñecido.
El extremo Bruno Henrique, incombustible a sus 34 años, dejó la final sentenciada en tan solo 19 minutos cuando firmó un doblete: primero transformando un penalti muy claro sobre él, y, después, con un tremendo zapatazo en un contragolpe de tiralíneas.
El rubronegro podría haber aplicado un severo correctivo en una primera parte casi perfecta, en la que exhibió pulmones, piernas (a pesar de que este encuentro da inicio a la temporada brasileña) y fuerza mental, porque el parón por la lluvia no le hizo perder la concentración.
El encuentro estuvo siempre bajo control del Mengao que llegó a abrir 0-3 en la recta final del encuentro (con tanto de Luiz Araujo) y el Fogao, que solo fue competitivo en el último cuarto de hora, lo maquilló con Patrick de Paula.
Lo del Botafogo era previsible. Si fue dominante en un 2024 de ensueño, lo vivido en estos dos últimos meses ha sido esperpéntico. Aún no hay un sustituto para el portugués Artur Jorge, que prefirió no renovar e irse a un destino cómodo y lucrativo como es el Al-Rayyan, de Qatar. La búsqueda por un nuevo entrenador se ha convertido en un sainete.
Paralelamente, el propietario del club, John Textor, ha decidido desprenderse de los dos mejores futbolistas. El campeón mundial, Thiago Almada, ha cambiado de franquicia para irse a otro club gestionado por el el magnate estadounidense, el Olympique de Lyon. Y Luiz Henrique, que se rehabilitó en Río de Janeiro y es un habitual en la Seleçao, ha fichado por el Zenit de San Petersburgo, por 33 millones de euros.
Otros nombres importantes, como el central Adryelson, cedido al Anderlecht, ya no están. Y los nuevos refuerzos no son de la misma calidad. La dirección transmite una imagen de improvisación, de estar más preocupada en cuadrar los presupuestos de los varios clubes que gestiona que por mantener al Botafogo en la cumbre del fútbol sudamericano.