Lo que ha pasado con el proceso de revocación de mandato es una verdadera pena. El presidente, sus funcionarios-sicofantes y su partido se han empeñado en transformar un valioso –aunque complejo– recurso democrático en una herramienta para la adulación presidencial y, mucho más peligroso, el desmantelamiento potencial de las instituciones electorales.
En las últimas semanas hemos visto personajes del oficialismo cada vez más destemplados, como si la proximidad del voto del domingo fuera una carrera rumbo al punto de ebullición del desprecio a la ley y la decencia. Las escenas alarman. Nada tiene que hacer el general Rodríguez Bucio, Comandante de la Guardia Nacional, en un evento partidista. Nada, tampoco, el subsecretario de Seguridad Pública, sin importar sus vacaciones. Pero ni el uno ni el otro representa la cima de la abyección. Ese deshonor corresponde al secretario de Gobernación, Adán Augusto López. Es difícil saber si la máxima figura política después del presidente decidió que la víspera de la revocación era el momento perfecto para hacerse sentir como portavoz oficialista y posible aspirante presidencial. Quizá pensó que era el escenario ideal para dar ese golpe en la mesa que le ganará aún más el favor del gran elector de Palacio Nacional. En cualquier caso, el secretario de Gobernación faltó al decoro elemental de su cargo, se alineó detrás de su presidente y, de manera crucial, en franco antagonismo con el INE. Y lo hizo de manera grosera, con la suficiencia que marea en la cima del poder.
Queda la sensación de que, pase lo que pase, el resultado del domingo será un parteaguas. A juzgar por el tono y la furia de los protagonistas del gobierno mexicano, el siguiente capítulo será todavía más ominoso. A estas alturas, quien niegue que la democracia está en riesgo vive una ficción. Mala cosa. ___________________ Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.
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