En los últimos meses se ha hablado mucho en la opinión pública sobre una nueva marea de gobernantes de izquierda en los países de América Latina. Con la reciente victoria de Lula en Brasil, el debate al respecto se intensificó. Adicionalmente, tanto en algunos grupos conservadores como liberales, se ha venido hablando de la posibilidad de una especie de unión de estos gobernantes de izquierda. Para los primeros, un riesgo; para los segundos, una suerte de sueño.
Pero los argumentos parecieran ser demasiado superficiales. Realmente no se han visto análisis serios sobre si este fenómeno de izquierdas es real y, sobre todo, si los distintos gobernantes supuestamente de izquierda tienen ideas comunes que permitan una alianza. Sobre el primer punto. Se habla con mucha ligereza de izquierdas y derechas. Y poco, aunque cada vez más, se habla ya de populismo como una forma de hacer política y gobierno, que viene tanto de izquierdas como de derechas. El populismo pareciera ser el fenómeno real en la región. Y esta tendencia actual, más de corte populista que de una ideología, parece venir acompañado cada vez más de procesos polarizantes y de confrontación; lo que no necesariamente corresponde a una oleada de izquierdas. De manera general, se identifica como actuales gobiernos de izquierda a Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Honduras, México y Perú. Algunos siguen calificando de izquierda a regímenes más bien totalitarios como Nicaragua o Venezuela. O países tan controversiales como Cuba. Pareciera que se está poniendo en una misma caja a personajes y gobiernos tan disímbolos, como ligero es el análisis. Prácticamente no se ha hecho un análisis real de sus posturas, sus políticas públicas, y si se corresponden con los ideales y postulados de la izquierda. Poner a México como un gobierno de izquierda es, por decir lo menos, aventurado. Si bien el presidente el día de su triunfo electoral se autonombró portador de la lucha histórica de la izquierda mexicana por décadas, su discursos y sus acciones distan mucho de esa izquierda. Efectivamente, a lo largo de sus más de 12 años de buscar la presidencia, López Obrador se hizo acompañar de liderazgos reales de la izquierda, como la maestra Ifigenia Martínez, Alejandro Encinas, Luciano Concheiro, entre otros. Y durante ese tiempo, gracias a sus dotes comunicacionales, muchos grupos liberales lo apoyaron al creer que enarbolaría sus banderas, como lo es la regulación de la marihuana, los derechos reproductivos y por supuesto las causas feministas. Grupos que hoy ya no están con él. Un análisis rápido y sencillo de sus acciones de gobierno, incluso desde que fue Jefe de Gobierno de la CDMX, deja ver una ausencia total de políticas que impulsen los derechos humanos y sociales; al contrario, muchas de sus políticas van contra, por ejemplo, el medio ambiente y el apoyo a mujeres.
Y el discurso de encono y polarización, con acciones claramente centralistas y autoritarias, para explotar el rencor de muchos grupos y su ánimo de revancha, dista mucho de lo que la verdadera izquierda buscó por 40 años: la apertura democrática en México; la inclusión. Nada tiene que ver un personaje como López Obrador, con dos presidentes que tienen mucha mayor tradición y recorrido de izquierda, empezando por Gustavo Petro, de Colombia; y en Chile, Gabriel Boric. Petro fue un guerrillero que decidió seguir su lucha por la vía democrática e institucional. Se desempeñó como senador durante el gobierno de Uribe, haciendo un trabajo muy serio de alta política. Fue alcalde de Bogotá, aunque no con muy buenos resultados. A partir de su triunfo presidencial, Petro ha tomado una ruta muy distinta a la mexicana. Su discurso ha sido el de una urgente reconciliación nacional. El de mantener la paz como eje, y lograr entablar un diálogo entre los distintos grupos sociales de Colombia que hoy están enconados. En el caso de Boric, llega como parte de la profunda molestia social que derivó en la aprobación de un constituyente para una nueva Constitución que sustituya la del régimen dictatorial. A su llegada a la presidencia, nombró sorpresivamente a un gabinete muy neutral, con gente experimentada en áreas clave como la hacendaria y económica. Le tocó el gran reto de la consulta de aprobación de la nueva constitución, que fue ampliamente rechazada por todos los grupos, ante excesos de los extremistas de izquierda que no supieron darle equilibrio. De manera prudente, se abstuvo de intromisiones y prometió un nuevo proceso incluyente. Ahora Lula, probablemente retome muchas de sus acciones sociales efectivas que lo caracterizaron cuando fue presidente en la primera década de los 2000. El reto será que demuestre que sabe adaptarse a una nueva realidad global y local a más de 10 años de haber salido del gobierno. Probablemente Petro, Boric, y en cierta medida Lula, sean los más representativos de una izquierda más genuina. Visiones reales de fondo, muy distintas a la de López Obrador.
De Argentina, difícil hablar de una izquierda con Alberto Fernández, cuando su origen es más bien el populismo peronista trasnochado, ni siquiera la parte profunda de Perón en su momento. Y de Castillo en Perú, es complicado argumentar que es izquierda, con un origen más bien sindical. Difícilmente se puede pensar en una “alianza” de gobiernos de izquierda latinoamericanos, para tranquilidad de los teóricos de la conspiración y tristeza de los soñadores bolivarianos, ante diferencias tan visibles entre los presidentes. A América Latina lo que más le urge es trabajar en recuperar la normalidad democrática, que se sustente en un proceso de cohesión social, y que lleve como prioridad la solución de deudas históricas con la sociedad, como la desigualdad, la pobreza y la paz. Con muchos de los supuestos representantes de izquierda, con varios de los trasnochados conservadores, y con la cantidad de populistas, esta aspiración cada vez se ve más lejana. Y para México, aún más con la realidad que hoy tenemos de gobierno y oposición. __________________ Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.
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